Fray Sebastián de Aparicio era un hombre gallego de origen humilde, al que siempre le gustó la vida del campo. Algunos sostienen que era por la paz para hablar con Dios. Pese a que no recibió educación en la escuela y no sabía leer ni escribir, desarrolló muchas habilidades útiles como fabricar carretas, arados y caminos.
Tuvo una vida de absoluta castidad, tanto que tuvo que cambiar de trabajos cada vez que las jóvenes se le insinuaban o perseguían. Fue como se embarcó para América, en donde vivió el resto de su vida. Si quieres conocer más sobre el Fray, quédate con nosotros y continúa leyendo.
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Biografía de Fray Sebastián de Aparicio
El Fray Sebastián de Aparicio nació en La Gudiña provincia de Orense, en Galicia España, el 20 de enero de 1502. Era el único varón de una familia campesina. Apuesto de físico, atrajo siempre el interés de bastantes mujeres.
Fue profundamente religioso y cambió de empleo varias veces, antes de los 30 años, para evitar las tentaciones que se le abrieron. Trabajó como sirviente doméstico y como peón de campo contratado. Falleció en la ciudad de Puebla de los Ángeles, en Nueva España México, el 25 de febrero de 1600.
Vivió como ganadero, constructor de caminos y finalmente como religioso cuando ingresó a la Orden de los Frailes Menores como hermano lego. Pasó los siguientes 26 años de su larga vida como mendigo de la Orden y murió con una gran reputación de santidad. Lo cual le valió la beatificación de la Iglesia Católica.
Fue el 1533 cuando el Fray dejó su tierra natal para probar fortuna en América. Pese a llegar a Veracruz, el comercio de ganado y las concesiones de tierras para los colonos, lo hicieron trasladarse hacia Puebla de los Ángeles.
Dos veces viudo
Se casó y enviudó dos veces, lo que lo llevó a reevaluar su vida. Comenzó a vestirse de manera muy sencilla y a pasar largas horas en la iglesia. Sintiendo la llamada a entrar en la vida consagrada, visitaba con frecuencia a los frailes franciscanos de Tlalnepantla. Estos finalmente lo acogieron y le dieron el hábito religioso.
El estado de salud de Aparicio, incluso al final de su vida, quedó atestiguado en un incidente ocurrido mientras se encontraba en la carretera. Cuentan que una vez, cuando regresaba al convento con el carro lleno de donaciones, una rueda comenzó a soltarse.
El fraile desmontó y desenganchó los bueyes del carro. Luego lo levantó él mismo, mientras reparaba la rueda. El trabajador que vio esto juró que normalmente se habrían necesitado cuatro hombres para levantar ese carro. Tenía 95 años en el momento del incidente.
Sus últimos días
Aunque había sufrido una hernia durante mucho tiempo, Aparicio celebró su 98 cumpleaños en la carretera, aparentemente en buen estado de salud. El siguiente 20 de febrero, desarrolló lo que sería su última enfermedad, ya que la hernia se complicó.
Comenzó a sentir dolor y náuseas y al llegar al convento, fue enviado de inmediato a la enfermería. Era la primera vez que dormía en una cama en 25 años. A medida que su condición empeoraba, se volvió incapaz de tragar.
En la noche del 25 de febrero, Aparicio pidió que lo colocaran en el suelo para enfrentar su muerte a imitación de San Francisco. Pronto murió en brazos de un compatriota gallego, fray Juan de San Buenaventura, siendo su última palabra «Jesús».
Cuando su cuerpo yacía en estado, las multitudes que se reunían eran grandes y los milagros realizados eran tan numerosos que no pudo ser enterrado durante varios días. Su hábito tuvo que ser reemplazado repetidamente, ya que los dolientes cortaban un pedazo para guardarlo como la reliquia de un santo.
Cuando las autoridades exhumaron el cuerpo de Aparicio seis meses después, encontraron que no se había descompuesto. Dos años después, cuando volvieron a exhumar su cuerpo, seguía incorrupto. Luego de una investigación de la Arquidiócesis Católica Romana de la Ciudad de México, el Papa Pío VI lo beatificó en 1789.
El proceso reportó casi mil milagros por su intercesión y aún hoy su cuerpo incorrupto puede verse en la Iglesia de San Francisco en Puebla.
Comerciante exitoso en América
Una vez que se asentó en Puebla, Sebastián de Aparicio comenzó a cultivar maíz autóctono y también trigo europeo. Fue uno de los primeros españoles en criar y entrenar ganado para utilizarlo en el arado y el transporte.
Ante la dificultad de transportar provisiones, concibió la idea de construir carreteras desde Puebla hasta el puerto de Veracruz (el principal vínculo de México con España). Reclutó a un compatriota como socio en la empresa y se acercaron a las autoridades coloniales en busca de una subvención para emprender esta construcción.
Con éxito comenzaron a construir las carreteras que conectaron las comunidades españolas de México. El descubrimiento de plata en México en la década de 1540 fue un evento importante en la consolidación económica de la colonia.
Sebastián de Aparicio estableció el sistema de transporte que enviaba productos agrícolas a España y traía los artículos necesarios a los residentes de Nueva España. Eso lo hizo prosperar y se convirtió en un hombre rico, pero decidió vender su negocio de transporte en 1552.
Del transporte a la cría de ganado
Compró una extensión de tierra cerca de Zacatecas, donde cultivaba y criaba ganado. Comenzó a enseñar a los nativos cómo usar un arado en sus granjas. Les mostró cómo domesticar caballos y bueyes, introducidos por los españoles y desconocidos para la población indígena.
Le enseñó también a construir carros para el transporte de sus mercancías, ya que las ruedas también eran desconocidas anteriormente. Como nunca había perdido su compromiso con una vida de fe, tenía una forma de vida muy humilde. Dormía en el suelo y comía los alimentos más pobres.
Su caridad se extendió a todos, dando gran parte de su riqueza a los necesitados y prestando dinero sin pedir nada a cambio. Al final, sintiéndose presionado para casarse, a la edad de 60 años se comprometió con una joven que no tenía esperanzas de encontrar un marido debido a su falta de dote.
Acordaron practicar un matrimonio blanco, es decir, no iban a consumar la unión. Aunque era mucho más joven, su esposa murió un año después. Se volvió a casar dos años después con el mismo arreglo y perdió también a su segunda esposa cuando tenía 70 años.
Sus Dos Matrimonios
Estando en Chapultepec, Aparicio padece una enfermedad muy grave y recibe los últimos sacramentos. Milagrosamente recupera la salud y sus amigos le recomiendan que se case, ante lo cual encomienda a Dios en oración la posibilidad de casarse.
A los 60 años, en 1562, se casa con la hija de un amigo vecino de Chapultepec en la iglesia de los franciscanos de Tacuba. Hace con su esposa una vida virginal, por lo que los suegros pensaban buscar la nulidad del matrimonio. Lamentablemente la esposa muere en el primer año de casados y Aparicio se va a vivir a Atzcapotzalco.
Allí contrajo un segundo matrimonio siete años después. Este matrimonio tuvo el mismo arreglo: una vida virginal. Sin embargo, ella también fallece antes del año al caerse de un árbol mientras recogía frutas.
Vida Religiosa de Fray Sebastián de Aparicio
Después de enviudar por segunda vez, Sebastián de Aparicio comenzó a vestirse de manera muy sencilla y a pasar largas horas en la iglesia. Sentía el llamado a entrar en la vida consagrada, visitaba con frecuencia a los frailes franciscanos de Tlalnepantla.
A sus propias dudas se sumaron las de varios frailes sobre su capacidad para seguir la vida religiosa debido a su gran fortuna. Finalmente, su confesor le recomienda que ayude a las hermanas clarisas y Aparicio acepta esta sugerencia.
El 20 de diciembre de 1573 firma una escritura donde dona una fortuna de aproximadamente 20.000 pesos al Monasterio de Clarisas de México. Solo se quedó con 1.000 pesos como le había sugerido el confesor como precaución por si no perseveraba.
Al año siguiente, y a pesar de los consejos de sus amigos, Sebastián de Aparicio solicita a los frailes ser admitido como hermano lego. Después de un año de seguir la rutina de servicio y oración de las monjas, los superiores de los frailes decidieron aceptarlo. Recibió el hábito religioso de fraile el 9 de junio de 1574 a los 72 años, en el noviciado de la Orden en México.
Durante el proceso experimentó pruebas continuas, tanto por la diferencia de edad con sus compañeros de clase, como por los ataques demoníacos a su resolución. Finalmente recibe sus votos religiosos el 13 de junio de 1575. Como aún era analfabeto, su documento de compromiso tuvo que ser firmado por un compañero fraile, Alfonso Peinado.
Es asignado a servir en el convento de Santiago en Tecali, cerca de Puebla. Allí fue nombrado cuestor de la comunidad, es decir, el encargado de viajar buscando comida y limosna para el sustento de los frailes. El constructor del sistema de carreteras de México se había convertido en un mendigo.
A Fray Sebastián de Aparicio se le asignó una carreta con dos bueyes para que recorriera la ciudad y los pueblos de los alrededores. Vivía en la carretera, dormía en el suelo debajo del carro cuando hacía mal tiempo. Pasaba su tiempo meditando sobre la Pasión y sobre las enseñanzas y el ejemplo de San Francisco de Asís.
Sostenía un rosario en una mano y las riendas en la otra. Pronto se convirtió en un espectáculo familiar en todo México, conocido por su grito: Guárdeos Dios, hermanos, ¿hay qué dar, por Dios, a San Francisco?
Así pasó los últimos 26 años de su vida. Se le veía como un fraile modelo y la gente decía que dondequiera que iba Fray Sebastián «los ángeles lo acompañaban». Desde sus muchos años de manejarlos, incluso los animales siguieron sus órdenes. Con solo su más mínima orden, caballos, bueyes y mulas obedecerían sus palabras. Leía los corazones.
Devoto de la Virgen María
En una fiesta de la Virgen en el convento de Cholula, llega Fray Sebastián en el momento de la comunión y se acerca a comulgar. Al momento de dar gracias se le aparece la Virgen. En ese momento el padre Sancho de Landa se le interpone y el Fray Sebastián grita:
«Quitáos, quitáos, ¿no veis aquella gran Señora, que baja por las escaleras? ¡Miradla! ¿No es muy hermosa?»
Aunque el padre Sancho no ve nada, luego comprende que se trataba de una visión del Fray Sebastián de Aparicio.
Consolado por los Ángeles
Además de la visión de la Virgen María, también tiene visiones de San Francisco y del apóstol Santiago que le confirman en su vocación. Era muy devoto de los Ángeles, especialmente a su Ángel de la Guarda.
Esa devoción le hizo experimentar muchas veces los favores de los Ángeles. Una vez se le atascó la carreta en el barro y se le presenta un joven vestido de blanco para ofrecerle su ayuda. «¡Qué ayuda me podéis dar vos, le dice, cuando ocho bueyes no pueden sacarla!». Pero cuando ve que el joven sacaba el carro con toda facilidad, comenta en voz alta: «¡A fe que no sois vos de acá!».
Regresaba Fray Sebastián con su carro bien cargado de Tlaxcala a Puebla, cuando se le rompió un eje. No habiendo en el momento remedio humano posible, invoca a San Francisco, y el carro sigue rodando como antes.
Un acompañante que iba con él en aquel momento le dice asombrado: «Fray Sebastián de Aparicio, ¿qué diremos de esto?». A lo que le contesta: «Qué hemos de decir, sino que mi Padre San Francisco va teniendo la rueda para que no se caiga».
¡Gracias por leernos!